San Pedro de Rocas y el viajero que hablaba con los ecos

El bosque había callado.
Ese silencio hondo, el que no se escucha pero se siente, lo envolvía todo al cruzar la última curva del sendero. Lo supe antes de ver el monasterio: la niebla se pegaba a los hombros como un
manto antiguo y tibio. No había prisa. Aquí, en la Ribeira Sacra, el tiempo no se cuenta, se respira, recordó.
Frente a mi, emergiendo de la misma roca, San Pedro de Rocas se presentaba más como un susurro que como una construcción.
Tallado en piedra viva, parecía no haber sido levantado: parecía haber sido descubierto, como un secreto que sólo se revela a quienes lo merecen.
Apoyé la mochila contra un muro húmedo y me dejé abrazar por la humedad de siglos. Cerré los ojos. No era el viento, era algo más
antiguo, que pasaba y rozaba el alma como si leyera dentro.
Y fue entonces cuando lo escuché:
—"No todos los ecos son repeticiones. Algunos responden."
Giré y lo vi.
Un hombre mayor, con barba gris y mirada de niño. Llevaba un bastón nudoso, lleno de marcas, como si en él se registraran los caminos que ya no existen en los mapas.
—“¿Te habla el lugar?”, preguntó con esa dulzura que sólo tienen quienes viven más en el alma que en el cuerpo.
Sonreí.
—“Sí. Pero no con palabras.”
Caminamos juntos por los pasillos excavados en la roca. Él me contaba historias como si fuesen propias, aunque eran de monjes que ya no existen y de peregrinos que jamás supieron que estaban
peregrinando.
—“San Pedro de Rocas no es un sitio. Es una puerta. La cruzás cuando dejás de preguntar por qué y empezás a preguntar desde dónde”.
Me enseñó un rincón donde el musgo había formado un corazón.
Señaló una sombra donde, decía él, aparecía a veces la figura de un monje que lloraba de emoción cada vez que alguien comprendía.
—“¿Y qué hay que comprender?”, pregunté, casi sin aliento.
—“Que no hay respuestas, sólo presencia. Y que cuando la piedra y el alma vibran igual… ocurre el milagro.”
Cuando lo busqué con la mirada, ya no estaba.
Sólo quedó el eco suave de su voz en la bóveda de piedra:
"Gracias por venir cuando estabas lista."
Salí del monasterio con lágrimas que no sabía que llevaba dentro.
La niebla se había despejado apenas lo justo para dejar pasar una luz dorada entre las ramas.
No era una postal.
Era una señal.
Porque hay sitios que no se visitan:
te eligen.
Y si tenés suerte, incluso te dejan escribirlos.
Escribir comentario