enoturismo en buenos aires: nueva ruta en el mapa del vino argentino

La provincia de Buenos Aires sorprende con un fenómeno que, hasta hace pocos años, parecía impensado: su creciente vitivinicultura. Con 64 viñedos registrados y unas 182 hectáreas implantadas, ya no es solo tierra de llanuras infinitas, sierras y playas, sino también un destino enoturístico emergente que empieza a marcar tendencia en Argentina.
No hablamos de un desarrollo que compita en escala con Mendoza, San Juan o Salta —los grandes gigantes del vino argentino—, sino de un proceso joven, novedoso y complementario, que enriquece la diversidad de experiencias para quienes buscan conocer nuevas caras del vino nacional.
Una vitivinicultura joven, moderna y diversa
Más del 94% de los viñedos bonaerenses se plantaron después del año 2000, lo que significa que estamos ante un fenómeno reciente, diseñado desde el inicio con una mentalidad moderna: producción boutique, foco en la calidad y fuerte vínculo con el enoturismo.
Actualmente, se cultivan 41 variedades de uva, con un predominio de Chardonnay, Isabella, Sauvignon Blanc y Pinot Noir, a las que se suman tintos reconocidos como Malbec, Syrah, Merlot y Cabernet Franc. La diversidad varietal es un sello distintivo: al no haber tradición previa que condicione, los productores bonaerenses experimentan y buscan diferenciarse.
El resultado son vinos frescos, ligeros y con identidad propia, pensados para consumidores curiosos que buscan experiencias diferentes respecto al vino tradicional argentino.
Zonas y bodegas que marcan el camino
La vitivinicultura bonaerense no se concentra en una sola región, sino que se distribuye en distintos puntos de la provincia, cada uno con un perfil particular:
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Médanos (Villarino, sur bonaerense): el terroir de Al Este Bodega & Viñedos se destaca por la influencia del Atlántico. Sus vinos expresan frescura marina y su cercanía a Bahía Blanca lo convierte en un polo enoturístico estratégico.
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Tandil: en pleno paisaje serrano, Cordón Blanco ofrece Pinot Noir y Sauvignon Blanc de gran carácter. Aquí, el vino se suma a un entorno ya reconocido por sus quesos, salamines y cervezas artesanales.
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Uribelarrea (Cañuelas): a solo una hora de la Ciudad de Buenos Aires, Finca Don Atilio es el ejemplo de cómo el vino puede convertirse en una escapada de día para el público porteño.
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Saldungaray (Tornquist): Bodega Saldungaray es pionera en combinar vinos con turismo y naturaleza serrana, consolidando al sudoeste bonaerense como polo emergente.
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Coronel Suárez, Pringles y Saavedra: viñedos como Cercano Sur, La Catalina e Ita Malal suman diversidad, con propuestas que buscan integrarse a la identidad rural y paisajística de la región.
Además, se han reconocido Indicaciones Geográficas (IG) en Chapadmalal, Tandil y Balcarce, un avance clave que refuerza el valor de los terroirs bonaerenses dentro del sistema vitivinícola nacional.
Producción en números: un crecimiento exponencial
Los números ayudan a dimensionar el fenómeno. En 2024 se elaboraron 1.937 hectolitros de vino en la provincia de Buenos Aires, lo que representa un crecimiento del 2.837% respecto a 2015.
Es cierto que, en comparación con Mendoza —que supera las 160 mil hectáreas implantadas—, estas cifras son muy pequeñas. Pero lo importante aquí no es la magnitud, sino el ritmo de crecimiento y el valor simbólico: Buenos Aires pasó de ser “no productora” a ser reconocida dentro del mapa vitivinícola argentino en apenas dos décadas.
Enoturismo en expansión
Uno de los puntos más fuertes de esta vitivinicultura joven es su vinculación con el turismo. Las bodegas bonaerenses entendieron que no se trata solo de producir vino, sino de generar experiencias.
Las propuestas incluyen visitas guiadas, degustaciones, maridajes, picnics en viñedos y hasta participación en vendimias. La cercanía a la Ciudad de Buenos Aires es un diferencial clave: en menos de dos horas, un visitante puede pasar de la vorágine porteña a la calma de un viñedo en plena producción.
El enoturismo bonaerense se convierte así en una alternativa accesible, ideal para escapadas cortas, que no compite con el turismo enológico de larga distancia hacia Cuyo o el NOA, sino que lo complementa.
Rutas del vino en la Provincia de Buenos Aires
El fenómeno ya empieza a organizarse en torno a rutas y circuitos:
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Ruta Sur (Médanos y Villarino): con Al Este Bodega & Viñedos como protagonista, sumado a la gastronomía marina de Bahía Blanca.
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Ruta de las Sierras (Tandil y Balcarce): vinos serranos combinados con quesos, embutidos y cerveza artesanal.
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Ruta del Atlántico (Chapadmalal y Mar del Plata): viñedos marítimos de fuerte identidad costera, ideales para combinar playa y vino.
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Ruta Cercana (Uribelarrea – Cañuelas): pensada para escapadas de un día desde Buenos Aires, con vinos boutique.
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Ruta del Sudoeste (Saldungaray, Coronel Suárez, Pringles, Saavedra): diversidad de proyectos en entornos rurales y serranos.
Estas rutas no solo diversifican la oferta turística bonaerense, sino que también fortalecen a pequeños productores que, sin esta articulación, difícilmente tendrían visibilidad.
Buenos Aires en el mapa vitivinícola argentino
La clave para entender este fenómeno es no caer en comparaciones injustas. Buenos Aires no compite con Mendoza, San Juan o Salta, porque su escala y tradición son incomparables. Lo que ofrece es otra experiencia: cercanía, innovación, paisajes distintos y una identidad en construcción.
De hecho, podría decirse que la vitivinicultura bonaerense aporta una bocanada de aire fresco al vino argentino: mientras las regiones tradicionales consolidan su prestigio internacional, Buenos Aires abre un espacio experimental y turístico, pensado para el consumo local y para atraer visitantes que buscan novedades.
Este fenómeno, además, se inscribe en una tendencia global: la expansión de la vitivinicultura hacia zonas no tradicionales, impulsada por cambios climáticos, avances tecnológicos y nuevas demandas del mercado. Así como Inglaterra sorprendió con sus espumosos o Bélgica con sus viñedos boutique, Buenos Aires se suma a este mapa de nuevas geografías del vino.
La vitivinicultura de Buenos Aires es, todavía, una promesa más que una realidad consolidada. Pero es precisamente eso lo que la hace atractiva: un territorio en construcción, donde cada viñedo cuenta una historia de innovación y desafío.
Los vinos bonaerenses son pequeños en volumen, pero grandes en simbolismo: representan la capacidad de la provincia de reinventarse y de sorprender, incluso en ámbitos donde no se la esperaba.
En definitiva, Buenos Aires no es la nueva Mendoza ni la pretende ser. Es, simplemente, Buenos Aires: una provincia que suma viñedos a sus sierras, a sus playas y a sus llanuras, construyendo una identidad enológica propia que ya se perfila como la nueva perla del mapa vitivinícola argentino.
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